La doctora María Montessori nos comparte en su libro “Pedagogía Científica” esta significativa anécdota que nos sirve para acercarnos un poco más a su valiosa, necesaria y poco común mirada:
“Los niños se habían agrupado ruidosamente alrededor de una vasija llena de agua, donde nadaban unos pececitos. Había en la clase un niño que apenas contaba dos años y medio y éste se había quedado solo atrás y manifestaba una gran curiosidad. Yo le observaba de lejos.
Con gran interés se fue acercando al grupo, intentó apartar a los otros para abrirse paso y, no consiguiéndolo, se detuvo y miró a su alrededor.
Era interesantísimo observar cómo la cara del niño expresaba fielmente su pensamiento; si hubiese tenido a mano un aparato fotográfico, le hubiera recogido todas aquellas expresiones.
De pronto se fijó en una silla y se dispuso a transportarla cerca del grupo y subirse encima para poder ver algo. Se puso en movimiento con la cara radiante de esperanza; pero en aquel momento la maestra le tomó brutalmente (o quizás suavemente según ella opina) en brazos y le hizo ver la vasija por encima del grupo que formaban los niños, diciendo: “Ven tú también, pobrecito, mira como los otros”.
Viendo los peces es indudable que el niño no experimentó el placer que estaba a punto de sentir venciendo solo, con sus propias fuerzas, un obstáculo; además, la visión de los peces no le reportó ventaja alguna, mientras que aquel esfuerzo inteligente hubiera contribuido a desarrollar sus fuerzas internas.
La maestra impidió que el niño se educara a sí mismo, sin darle nada en compensación. Él estaba a punto de sentirse victorioso y en vez de esto se tuvo que ver sostenido por dos brazos, sintiéndose impotente. De su carita desapareció aquella expresión de alegría, de ansiedad, de esperanza que me había interesado tanto, y quedó tan sólo la expresión del niño que sabe que otros obrarán por él.”