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Filosofía Montessori

Acompañar al niño con Montessori

Si los brazos que reciben a un niño son amorosos, le protegen y le brindan seguridad a lo largo de su infancia, crecerá en calma y en equilibrio.

Cuando un niño/a llega al mundo no conoce nada de él. Su recuerdo más primario, más íntimo y más cercano son los meses transcurridos en el útero: meses llenos de vivencias, de movimientos, de sabores, de contención, de sonidos, de voces que lo acompañaban y protegían en ese gran abrazo que es el vientre materno. El niño tiene recuerdos de esos nueve meses de desarrollo que lo prepararán para afrontar su vida, y un ambiente lo recibirá.

Llegar a un nuevo lugar implica llenarse de todo lo que esta preparado para él. Llegamos desprovistos de mucho, pero llenos de todo. Una fuerza interna nos guía hacia la evolución y hacia la vida, nos aferra a la vida y en esas primeras acciones de búsqueda de comida, para nutrirnos y subsistir, nos aferramos, como podemos.

Recibir la vida con amor

Si los brazos que nos reciben son amorosos, nos cuidan, nos protegen, nos brindan seguridad y están disponibles cuando los necesitamos, esa llegada se torna calma, equilibrada, despojada del miedo que nos suponen los estímulos de la vida misma.

Tras nueve meses de protección –de flotar en el agua, de abrazo continuo, del sonido del corazón– el afuera puede ser muy agobiante, estresante y estimulante. Por eso el recibimiento calmo, acompañar al niño a acomodarse en el mundo de forma paulatina, pausada, acompasarnos los primeros tiempos a su ritmo, seguir sus necesidades, brindar cuerpo, tiempo y alma, implica, sin dudas, otra bienvenida, otra forma de honrar la llegada al mundo, otra forma de iniciar.

Acompañar con calma

A menudo pensamos que sería imposible acompañar a nuestros hijos, a los niños que recibimos, a los niños que cuidamos, a un ritmo sereno. Porque la vida parece pasar muy rápido y nos empuja todo el tiempo a ir más rápido, más de prisa y casi nos aturde para no poder escucharnos, para no poder darnos el tiempo de sentir, de desear, de pulsar y acompasar el corazón en sintonía con mis deseos.

Muchas veces –me atrevo a decir siempre– la llegada de un nuevo niño al mundo es una oportunidad, pero no es frecuente que lo veamos así. Viene con el desafío de frenarnos, de invitarnos a observar, de invitarnos a sentir y a veces a recordar (pasar por el corazón) vivencias únicas de nuestra propia historia, despierta preguntas, a veces incomoda, su llanto nos irrita, nos sentimos asfixiados, nos parece que la libertad se esfuma, que el día no nos pertenece.

Pero la realidad es que la vida nos regala una oportunidad cuando un niño aparece en la nuestra. Sea desde el rol que sea, tenemos ante nosotros el milagro de la vida, el inicio de un nuevo hombre, de una nueva mujer, un ser que comienza a llenarse de experiencias, que comienza a formarse. Y allí estamos nosotros dejando nuestra huella imborrable en él, en ella, dándole un mensaje claro y firme: “el mundo es seguro”, “el mundo te recibe”, “estas protegido”, “puedes mostrarte tal cual eres”, “puedes decir lo que sientes”, “puedes expresarte a tu manera”, “puedes contar conmigo”, “puedes decir que no a algo que no te gusta”, “puedes pensar diferente”, “puedes crecer libre”, “puedes aportar tu don, tu luz, tu talento”...

Trasformarnos para transformar

El desafío real es transformarnos para transformar, es dejar aparecer al niño para que nos muestre el camino, y así guiarlo, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, sin premios, sin castigos, sin comparaciones, sin competencias.

Sabemos que suena utópico, pero cuando lo hago consciente comienzo a hacerlo real, un día a la vez, una pausa, una mirada, una palabra, un día a la vez, me propongo dar lo mejor de lo que recibí. Y lo que no recibí lo construyo y me lo doy a mí misma, a mí mismo, para sanar y seguir adelante y darme una oportunidad; si no me abrazaron, me abrazo; si no me cuidaron, me cuido; si no me miraron, me miro.

Un niño nuevo cada día, un niño es una oportunidad de un mundo mejor, hoy. Un niño es una esperanza, aquí en el presente, pero, para que esto acontezca, me comprometo en presencia, en conocimiento, en amor, en evolución.